martes, 27 de septiembre de 2016

Las románticas. M. Luz Morales. El Sol 18.12.1927

María Luz Morales fue una gran  periodista en los años veinte y treinta. Recordad que en el capítulo de la novela relativo al período de Teresa en Londres en donde estudia con Ms. Landgridge, hay un párrafo muy interesante en donde esta curiosa mujer, también periodista, habla de sus relaciones con el períodico. No se nos escapa que cuando Chacel escribe esta novela, la interrumpe curiosamente para introducir en la Revista de Occidente su flamante ensayo sobre la mujer en la cultura "Esquema de los problemas prácticos y actuales del amor" en el que Rosa rebatía con su implacable y rotunda rigurosidad la misoginia que plagaba el debate sobre la mujer. 




MUJERES-LAS ROMÁNTICAS HEROÍNAS.
El Sol (Madrid. 1917). 18/12/1927, página 9.

   ¡Copia la Naturaleza al Arte como afirmaba el "dandy" inglés? ¡Puede creerse que la estatuaria  griega no reprodujese bellos modelos vivos, sino que fuera el pueblo heleno el que llegase a ser supremamente hermoso en fuerza de contemplar bellas estatuas? ¡resulta verosímil que las damas inglesas no fueran ni rubias, ni esbeltas ni rosadas, ni manifestaran predilección por los trajes azules hasta que determinada escuela pictórica comenzó a mostrarlas así?...Si la peregrina teoría wildeana necesitase argumentos en que apoyarse, en el caso de las románticas las hallaría bien sólidas. (Verdad que a las cosas sutiles nada les perjudica como la solidez...). 
   Porque en los primeros tiempos románticos, autores y autoras tomaron caprichosamente entre sus manos y bajo sus plumas un soñado muñeco femenino, le infundieron un alma estrictamente literaria, sin importárseles un comino de la realidad; lo ataviaron con galas extranjeras o ropajes exóticos o trapos anticuados, cayeron en el anacronismo de colocar en una época moderna damas de perfil medieval, y en el corazón de la traviesa Francia rubias pálidas y melancólicas heroínas norteñas..., y a poco se encontraron con que los arbitrarios muñecos femeninos tomaban vida, cuerpo, realidad, y formaban corro parlanchín, exaltado y agradecido, en torno a sus magnánimos creadores;  y la vieja sociedad femenina, cuyas notas más destacadas eran la dama frívola y egoísta, o !a “calcetera" impía y sanguinaria, se convertía —así en los más altos como en los más bajos escalones el más ensalzado y absoluto sentimentalismo. El literario "mal del […] sustituyó en las mujeres a la clásica jaqueca, y en lugar de correr tras el rastro de la inconstante Manon, o divertirse en el frívolo juego del desdén por el desdén, las románticas pasearon por los parques, entre sauces y cipreses, llamando a Rodolfo bajo la pálida luz de la Luna... Los autores románticos no se sorprendieron gran cosa ante el prodigio. Ellos desconocían ¡claro| la teoría de Wilde; pero reconocíanse con poder, con aliento para lograr aquello y mucho más.
    En un principio, las heroínas –los modelos- llegaron a Francia de fuera, de lejosfFundíanse entonces en una sola figura femenina, que era ideal supremo: la desdichada “novia de Lamermoor”, la triste Ofelia y lo mejor de nuestra sin par  Dulcinea (sin la contrafigura real de la rústica Aldonza, desde luego). Algunos componentes nacionales entraban, naturalmente, en aquel primer modelo romántico francés: la sensiblería de la “Nueva Eloísa” y el exotismo de Virginia, la candorosa enamorada de Pablo, la doncellita de la isla Mauricio, trágica y románticamente muerta antes de ver su amor logrado. Todas las románticas reales, las románticas lectoras, soñaron con el imposible de encarnar a la impagable Dulcinea, de amar, como Ofelia, a un príncipe nórdico, rubio y neurasténico, y, como Virginia, recorrer los bosques, en inocencia y en amor, de la mano del inocente amado.
   Rápidamente, el femenino ideal romántico (todo el romanticismo) se amplifica y concreta, al tiempo que, cada vez más, se idealiza, se remonta. Es “Atala” oponiendo a la pasión exaltada de Chactas y a la propia exaltada pasión la barrera de la fe, la honestidad y el ideal cristiano, no menos exaltado; son “Delfina” y “Corina”, a cuyas románticas vidas su misma creadora madame Staël- acomodó la propia vida, en atormentadora y constante rebusca de gloria y el dolor…Son las verdaderas románticas fantasmas creadores de realidades. Lánguidas, candorosas, sentimentales y un tanto tímidas –como todo ser trasplantado- al llegar desde tierras del Norte, al saltar desde tiempos pretéritos; exaltadas, ardientes, ampulosas, al fundirse en el crisol latino, francés; al pasar por la llama, aún viva del paroxismo de la postrevolución. Arrogantes, retadoras, un poco feministas y un mucho socialistas en “Jorge Sand”; vagas y mas que nunca retóricas en Victor Hugo…
   Más tarde –mucho más tarde-, el ideal femenino romántico se humaniza, se acerca a las gentes del mundo, de la calle…No es ya privilegio de las altas damas eruditas la admiración por el seductor vizconde renato y la en su tiempo innovadora madmame Staël… El romanticismo, escuela literaria –digámoslo otra vez: nunca será bastante mientras con la repetición quede bien demostrado como el caso es único-, trasciende a las costumbres, al modo de pensar y vivir de las gentes. Se viste, se habla, se ama en romántico. Las mujeres –las románticas- son, en el hogar y en la vida social, las sacerdotisas que mantienen vivo el fuego sagrado. El culto popular a los poetas afirma la tendencia. Lamartine, Víctor Hugo, y sobre todo Beranger, son ídolos del pueblo. Las mujeres declaman sus versos “par coeur” (porque en el corazón, que no en la memoria, los han albergado). En las grandes batallas reñidas entre los jóvenes románticos y los viejos clasicistas en la romántica revolución del 1830 -¡jamás un motivo espiritual, estético, encendió, como el estreno de “Hernani”, fogatas de pasión!-, las mujeres, con sus sonrisas, con su aprobación, con su aplauso, estaban al lado de los innovadores, de os exaltadores del sentimiento. Verdad que los corazones femeninos y los femeninos favores se reservaban para los galanes “pálidos, lívidos, verdosos, un tanto cadavéricos, de aspecto byroniano, dominados por las pasiones y los remordimientos”. Esta fue una de las principalísimas causas de que tuviera tantos adeptos el romanticismo.
   Después…El romanticismo ya no es camino, sino “estado”. Las heroínas de la literatura persisten en ser románticas. Margarita Gautier, la tan traída y llevada “Dama de las Camelias”, es ejemplo justo de una romántica contra la voluntad de su propio creador. Descendiente directa de “Marión Delorme”, elevada sobre su condición por un gran amor y un gran sacrificio, pálida, enfermiza, sentimental, muerta en plena juventud y en pleno dolor, es prototipo de ese romanticismo que hemos señalado como mas humano, mas cercano a las gentes…Lo mismo puede acaso decirse de Mimí en la “Vida de Bohemia”… Ya no hay en ellas ningún componente forastero, ni exótico, ni arcaico. Son hijas de su tiempo y de su ciudad –París-; pero son esencialmente, totalmente románticas, y constituyen los femeninos modelos de última hora. Durante largos años, las chicas alegres de Francia sueñan en redimirse como Margarita Gautier (la existencia real de una María Duplessis, ¿no es la mejor demostración de cómo la vida retrata a la literatura?), y las muchachitas que tosen, trabajan y pasa necesidad y frío se consuelan ante la romántica idea de que su fin pueda parecerse al de Mimí.
    Es el culto a las heroínas, la fidelidad a los modelos. Aún hoy…
Aun hoy, dígase lo que se diga, las modistillas de París prefieren a la seca crudeza de “La garçonne” la vena apasionada de Alfredo de Musset.

MARÍA LUZ MORALES

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