viernes, 30 de septiembre de 2016

Os propongo un reto.

En el archivo de Rosa Chacel encontré este dibujo tan enigmático. Llevo mucho tiempo reflexionando sobre su significado. Despues de las lecturas que habéis hecho puede que tengáis algunas claves para su interpretación. Solicito vuestra ayuda. ¿Que creeis que puede significar?

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Chacel "escultor"

Foto publicada en la Revista "La Esfera"


En 1915, Rosa Chacel ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en donde estudia escultura. Esta etapa de su vida es enormemente transcendente, no sólo porque ahí conoce a Timoteo Pérez Rubio, con el que contrae matrimonio, sino porque allí se forjan las primeras relaciones con los que en poco tiempo protagonizarán las vanguardias pero también con el mundo de la belleza y de las formas. El clasicismo de Rosa Chacel introducirá componentes muy interesantes en su obra. Las artes plásticas estarán presentes en todos sus trabajos y se convierten en herramientas imprescindibles para forjar sus personajes. En Teresa, también está presente el arte. El episodio que describe su encuentro con la pintora Ginever Blake está plagado de "resonancias" no sólo a la pintura de W. Blake,  pintor romántico que inspiró a numerosos artistas, sino también de referencias a la empatía que afecta a dos mujeres que se sienten irremisiblemente atraídas por la belleza. El eros, recordemos, es, para Chacel la fuerza que anima el proceso creador que por supuesto inspira por igual a hombres y mujeres.  

Idolos de perversidad, Bram Dijkstra






Dijkstra nos muestra, con abundancia de reproducciones y excelente documentación, una auténtica iconografía de la misoginia, pero su trabajo va más allá, estableciendo una interesantísima relación entre las imágenes de los pintores y las palabras de escritores, filósofos y pensadores, todo lo cual le lleva a un auténtico tour de force: la relación entre esta actitud antifemenina que se justifica «científicamente» con una pervertida visión del evolucionismo, y la expansión y justificación de las posturas racistas, antisemitas y xenófobas que se tradujeron en tan crueles prácticas en la Alemania nazi. 

Una conclusión inevitable de la lectura de este libro es que el hombre del XIX realizó una auténtica campaña cultural para educar a sus compañeras, las mujeres, para construirlas según sus propios intereses y conveniencias, y cuando , por su «mala voluntad», por su actitud «intrínsecamente perversa» se negaron a aceptar la posición que, en nombre del progreso y de la evolución, el hombre les daba, su actitud reacia se resuelve en su representación como auténticas imágenes de la maldad.

Es interesante recordar que en este siglo se hizo muy popular el mito de Pigmalión (pensemos, por ejemplo, en las obras de Balzac y de Zola Le chef d'oeuvre innconu y L'oeuvre) e igualmente interesante preguntarse por qué antes no se representó con mayor frecuencia. Pigmalión, indignado ante la vida licenciosa de las féminas, esculpió una estatua de mujer y se enamoró de su propia creación. De la misma manera el varón decimonónico busca un arquetipo femenino que la mujer se niega cada vez más rotundamente a asumir, y así el deseo de la realidad se convierte en el deseo de crearla cuando aquélla no satisface sus más profundas expectativas y, más aún, con la imagen ...

martes, 27 de septiembre de 2016

Las románticas. M. Luz Morales. El Sol 18.12.1927

María Luz Morales fue una gran  periodista en los años veinte y treinta. Recordad que en el capítulo de la novela relativo al período de Teresa en Londres en donde estudia con Ms. Landgridge, hay un párrafo muy interesante en donde esta curiosa mujer, también periodista, habla de sus relaciones con el períodico. No se nos escapa que cuando Chacel escribe esta novela, la interrumpe curiosamente para introducir en la Revista de Occidente su flamante ensayo sobre la mujer en la cultura "Esquema de los problemas prácticos y actuales del amor" en el que Rosa rebatía con su implacable y rotunda rigurosidad la misoginia que plagaba el debate sobre la mujer. 




MUJERES-LAS ROMÁNTICAS HEROÍNAS.
El Sol (Madrid. 1917). 18/12/1927, página 9.

   ¡Copia la Naturaleza al Arte como afirmaba el "dandy" inglés? ¡Puede creerse que la estatuaria  griega no reprodujese bellos modelos vivos, sino que fuera el pueblo heleno el que llegase a ser supremamente hermoso en fuerza de contemplar bellas estatuas? ¡resulta verosímil que las damas inglesas no fueran ni rubias, ni esbeltas ni rosadas, ni manifestaran predilección por los trajes azules hasta que determinada escuela pictórica comenzó a mostrarlas así?...Si la peregrina teoría wildeana necesitase argumentos en que apoyarse, en el caso de las románticas las hallaría bien sólidas. (Verdad que a las cosas sutiles nada les perjudica como la solidez...). 
   Porque en los primeros tiempos románticos, autores y autoras tomaron caprichosamente entre sus manos y bajo sus plumas un soñado muñeco femenino, le infundieron un alma estrictamente literaria, sin importárseles un comino de la realidad; lo ataviaron con galas extranjeras o ropajes exóticos o trapos anticuados, cayeron en el anacronismo de colocar en una época moderna damas de perfil medieval, y en el corazón de la traviesa Francia rubias pálidas y melancólicas heroínas norteñas..., y a poco se encontraron con que los arbitrarios muñecos femeninos tomaban vida, cuerpo, realidad, y formaban corro parlanchín, exaltado y agradecido, en torno a sus magnánimos creadores;  y la vieja sociedad femenina, cuyas notas más destacadas eran la dama frívola y egoísta, o !a “calcetera" impía y sanguinaria, se convertía —así en los más altos como en los más bajos escalones el más ensalzado y absoluto sentimentalismo. El literario "mal del […] sustituyó en las mujeres a la clásica jaqueca, y en lugar de correr tras el rastro de la inconstante Manon, o divertirse en el frívolo juego del desdén por el desdén, las románticas pasearon por los parques, entre sauces y cipreses, llamando a Rodolfo bajo la pálida luz de la Luna... Los autores románticos no se sorprendieron gran cosa ante el prodigio. Ellos desconocían ¡claro| la teoría de Wilde; pero reconocíanse con poder, con aliento para lograr aquello y mucho más.
    En un principio, las heroínas –los modelos- llegaron a Francia de fuera, de lejosfFundíanse entonces en una sola figura femenina, que era ideal supremo: la desdichada “novia de Lamermoor”, la triste Ofelia y lo mejor de nuestra sin par  Dulcinea (sin la contrafigura real de la rústica Aldonza, desde luego). Algunos componentes nacionales entraban, naturalmente, en aquel primer modelo romántico francés: la sensiblería de la “Nueva Eloísa” y el exotismo de Virginia, la candorosa enamorada de Pablo, la doncellita de la isla Mauricio, trágica y románticamente muerta antes de ver su amor logrado. Todas las románticas reales, las románticas lectoras, soñaron con el imposible de encarnar a la impagable Dulcinea, de amar, como Ofelia, a un príncipe nórdico, rubio y neurasténico, y, como Virginia, recorrer los bosques, en inocencia y en amor, de la mano del inocente amado.
   Rápidamente, el femenino ideal romántico (todo el romanticismo) se amplifica y concreta, al tiempo que, cada vez más, se idealiza, se remonta. Es “Atala” oponiendo a la pasión exaltada de Chactas y a la propia exaltada pasión la barrera de la fe, la honestidad y el ideal cristiano, no menos exaltado; son “Delfina” y “Corina”, a cuyas románticas vidas su misma creadora madame Staël- acomodó la propia vida, en atormentadora y constante rebusca de gloria y el dolor…Son las verdaderas románticas fantasmas creadores de realidades. Lánguidas, candorosas, sentimentales y un tanto tímidas –como todo ser trasplantado- al llegar desde tierras del Norte, al saltar desde tiempos pretéritos; exaltadas, ardientes, ampulosas, al fundirse en el crisol latino, francés; al pasar por la llama, aún viva del paroxismo de la postrevolución. Arrogantes, retadoras, un poco feministas y un mucho socialistas en “Jorge Sand”; vagas y mas que nunca retóricas en Victor Hugo…
   Más tarde –mucho más tarde-, el ideal femenino romántico se humaniza, se acerca a las gentes del mundo, de la calle…No es ya privilegio de las altas damas eruditas la admiración por el seductor vizconde renato y la en su tiempo innovadora madmame Staël… El romanticismo, escuela literaria –digámoslo otra vez: nunca será bastante mientras con la repetición quede bien demostrado como el caso es único-, trasciende a las costumbres, al modo de pensar y vivir de las gentes. Se viste, se habla, se ama en romántico. Las mujeres –las románticas- son, en el hogar y en la vida social, las sacerdotisas que mantienen vivo el fuego sagrado. El culto popular a los poetas afirma la tendencia. Lamartine, Víctor Hugo, y sobre todo Beranger, son ídolos del pueblo. Las mujeres declaman sus versos “par coeur” (porque en el corazón, que no en la memoria, los han albergado). En las grandes batallas reñidas entre los jóvenes románticos y los viejos clasicistas en la romántica revolución del 1830 -¡jamás un motivo espiritual, estético, encendió, como el estreno de “Hernani”, fogatas de pasión!-, las mujeres, con sus sonrisas, con su aprobación, con su aplauso, estaban al lado de los innovadores, de os exaltadores del sentimiento. Verdad que los corazones femeninos y los femeninos favores se reservaban para los galanes “pálidos, lívidos, verdosos, un tanto cadavéricos, de aspecto byroniano, dominados por las pasiones y los remordimientos”. Esta fue una de las principalísimas causas de que tuviera tantos adeptos el romanticismo.
   Después…El romanticismo ya no es camino, sino “estado”. Las heroínas de la literatura persisten en ser románticas. Margarita Gautier, la tan traída y llevada “Dama de las Camelias”, es ejemplo justo de una romántica contra la voluntad de su propio creador. Descendiente directa de “Marión Delorme”, elevada sobre su condición por un gran amor y un gran sacrificio, pálida, enfermiza, sentimental, muerta en plena juventud y en pleno dolor, es prototipo de ese romanticismo que hemos señalado como mas humano, mas cercano a las gentes…Lo mismo puede acaso decirse de Mimí en la “Vida de Bohemia”… Ya no hay en ellas ningún componente forastero, ni exótico, ni arcaico. Son hijas de su tiempo y de su ciudad –París-; pero son esencialmente, totalmente románticas, y constituyen los femeninos modelos de última hora. Durante largos años, las chicas alegres de Francia sueñan en redimirse como Margarita Gautier (la existencia real de una María Duplessis, ¿no es la mejor demostración de cómo la vida retrata a la literatura?), y las muchachitas que tosen, trabajan y pasa necesidad y frío se consuelan ante la romántica idea de que su fin pueda parecerse al de Mimí.
    Es el culto a las heroínas, la fidelidad a los modelos. Aún hoy…
Aun hoy, dígase lo que se diga, las modistillas de París prefieren a la seca crudeza de “La garçonne” la vena apasionada de Alfredo de Musset.

MARÍA LUZ MORALES

románticas y romanticos




El romanticismo también fue un movimiento que ha ocultado a la mujer creadora. La más famosa reprersentación pictórica de esta corriente literaria, "Poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla2, de Esquivel, constituye una muestra incontestable de ello. Así que, sigue siendo obligado poner en cuestión este tipo de representaciones con la revisión del discurso canónico misógino. Chacel ,en Teresa da voz a la musa, y dándole voz a la "amante de Espronceda" revierte tajantemente el concepto de la mujer como objeto para devolverle su papel como sujeto histórico y como protagonista de una historia, la de su propia vida, que había sido no sólo ocultada, sino inventada con leyendas y crónicas que la consideraron sólo como culpable de los sufrimientos del poeta. Afortunadamente, Chacel (como Unamuno, Corpus Barga y otros) nos descubre la "almibarada blasfemia" -flamante expresión chaceliana- con que el Canto a Teresa de Espronceda trató de ocultar su propia culpa y sobre todo la utilización que hizo de ella para ofrecer el producto literario que requería la moda del momento.

Que hay voces femeninas en la literatura romántica, afortunadamente, lo sabemos ya, pero no está de más recordarlas. Veamos algunos ejemplos


ALGUNAS ROMÁNTICAS


Gertrudis Gómez de Avellaneda fue considerada en su tiempo como una de las mejores expresiones del movimiento romántico. Su vida y su obra siguen interesando a los estudiosos actuales, tal como se aprecia en los numerosos trabajos de investigación publicados en estos últimos años. Sus personales circunstancias biográficas, su apasionado carácter, su generosidad y su marcada rebeldía frente a los convencionalismos sociales, que la llevó a vivir de acuerdo con sus propias convicciones, la apartan de la mayoría de las escritoras de su época, convirtiéndola en precursora del movimiento feminista en España.FUENTE: Cervantes Virtual

FUENTE

Cecilia Böhl de Faber nació en Morges, Suiza, el 24 de diciembre de 1796. Hija del conocido hispanista Juan Nicolás Böhl, natural de Hamburgo y cónsul en Cádiz, y de Francisca Larrea, que escribió con el seudónimo de «Corina». Obras: La hija del sol (1851), Cuadros de costumbres populares andaluzas (1852), Lucas García (1852), Clemencia (1852), Lágrimas (1853), La estrella de Vandalia (1855), La gaviota (1856), Cuentos y poesías populares andaluzas (1859), Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares (1877), Pobres y ricos (1890), Cuentos de encantamiento infantiles (1911) y El refranero del campo y poesías populares (1914). FUENTE: Proyecto Mujeres escritoras


fuente
Carolina Coronado Romero de Tejada (Almendralejo, Badajoz, 12 de diciembre de 1820 – Lisboa, 15 de enero de 1911, enterrada en el Cementerio de Badajoz), escritora española, considerada como la equivalente extremeña de otras autoras románticas coetáneas como Rosalía de Castro, y autora de tal notoriedad que llegaría a ser calificada con el título de “El Bécquer femenino”. La producción más importante de Coronado es la poética, aunque también escribió prosa y teatro.FUENTE: Proyecto Mujeres escritoras


Mistress Langridge



El retrato de Mistress Landridge reúne rasgos que la identifican como representante de un feminismo de corte filantrópico y conservador, al estilo de algunos movimientos que cobraron fuerza en algunos países europeos, especialmente en Inglaterra, durante el siglo XIX. 

No es una sufragista (partidaria de un feminismo radical, carne de escándalo), sino una mujer que une a su capacidad y reconocimiento profesional una respetabilidad intachable entre sus coetáneos. 

Trabaja en un periódico, escribiendo las crónicas de “los acontecimientos del mundo femenino”.

Retrato de la new woman, de la feminista, especialmente de la respetable que hace de su feminismo una suerte de profesión filantrópica.


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En su conjunto austero, aquellos rebrotes de belleza hacían pensar que iba adornada con el botín arrancado al enemigo o, tal vez, con el enemigo mismo, vencido y asimilado en identificación voraz. 

El hombre, ansiado y envidiado a un tiempo, latía en ella como en posesión demoníaca; se evidenciaba a veces en sus discursos, en sus miradas avasalladoras, en sus anchos hombros, que resaltaban al inclinar el torso sobre los libros, hasta su ligero olor a lavanda y en el vello dorado que brillaba alrededor de su boca y en la curva de sus mejillas, junto a la oreja. 

Pero la eclosión de esa virtud masculina que guardaba era un fenómeno que se obraba sólo en momentos triunfales; a poco decaía su brillo, porque su mente no mantenía el alto vuelo iniciado, o porque se atravesaba en ella el interés de algo práctico que anulaba la visión objetiva. Su voz entonces no acometía las notas graves, se hacía infantil, como si al abandonar la tónica lograda ambiciosamente no encontrara instrumento en el pecho de una mujer, amplio y verdadero, y se refugiase en la garganta de un niño 


Esta descripción responde con exactitud al tópico ya visto que asocia a la mujer virago una especie de informidad que la convierte en un ser no del todo terminado, a medio camino entre la mujer y el niño (recuérdense las palabras de Cansinos-Asséns sobre Victoria Kent, tan sorprendentemente cercanas al párrafo chaceliano):  

En la casa de Concha Espina  conozco a la famosa Victoria Kent, la discípula de Alvaro de Albornoz y-según los maledicentes- su amiga. Es físicamente el tipo caricaturesco de la virago, de la antigua sufragista inglesa, sin ningún rasgo femenino, y fea como un hombre feo. Alta, desgarbada, escuálida, con el pelo lacio y de un negro mate, un cuello que se le sale por su tirilla masculina y un cuerpo todo liso, sin pecho ni caderas.
Da la impresión de ser un raquítico, que no ha llegado a desarrollarse y se ha quedado entre hombre y mujer. Su voz débil y opaca confirma esa impresión. No es posible que una mujer (!) así sea la querida de nadie y por eso hay quién la supone una lesbiana.
Pero esta desgraciada apariencia física no quiere decir que en el fondo no sea una gran mujer, una mujer de talento y corazón, de sentimientos maternales, amplios y generosos...y una mentalidad viril, limpia de prejuicios y supersticiones tradicionales de su sexo...Podrá parecer físicamente un adefesio. Pero el espíritu la embellece y transfigura a nuestros ojos.  (La novela de un literato. Rafael Cansinos-Asséns)




Periodistas españolas principios de siglo:





Mari Luz Morales









La inalcanzable Polonia

El episodio en que Teresa identifica a Polonia con una rival femenina es sumamente interesante. El patrón educativo de Teresa hace que ese ideal superior que mueve a los hombre se simbolice en una mujer. Se siente excluída de un mundo en el que no puede participar por su condición femenina, por eso lo tiene que encuadrar en él único patrón de que dispone para percibir esa rivalidad.


Mención de Polonia,

abismo entre la preparación del hombre y de la mujer, entre los intereses que la diferente preparación suscita en uno y otra, y a los que la mujer debe intentar sobreponerse.

                                Teresa le atajó, fingiendo un acceso de cólera:
-          ¿Te atreves a pronunciar delante de mí un nombre femenino?
-          Pero, hija mía, no bromees: Polonia está sublevada.
   -      ¡No entiendo! Y, te lo repito, no te atrevas jamás a mentar en esta casa un nombre de mujer (OC 5 197).

Teresa, sin embargo, comprende que este nombre encierra toda una altura de aspiraciones (la vida viril) de la cual ella tiene noción, pero que está fuera de sus posibilidades

No porque ninguna prohibición expresa se lo impida, sino porque ella misma, los alcances de su mentalidad de fémina romántica, lo impiden

Teresa lo codifica todo según los pobres parámetros del sistema de valores que su tiempo le ha brindado. 

Ha sido criada en la sensibilidad femenina romántica, y cuando se encuentra ante algo que queda fuera de dicho programa, como la política, no tiene otro remedio que adaptarlo a él

El resultado sería grotesco si no fuese porque Teresa –aquí reside su grandeza— es en todo momento consciente de lo que le sucede. Ella sabe que hay un ideal de grandeza que se le escapa, y esta conciencia demuestra una capacidad de percepción que salva al personaje, aunque para expresar ese ideal deba recurrir a ahormarlo en la pobreza de un discurso galante romántico. 

Las aspiraciones que quedan fuera de su alcance, representadas en el nombre de Polonia, son como una mujer, una rival, más apta que ella:

sta experiencia es codificada en el único lenguaje que Teresa, mujer romántica, puede manejar con soltura inmediata: el de la rivalidad con otra mujer pero sabe que esa rivalidad no es una rivalidad común.

Sabemos que para Chacel el motor que rige todo lo humano es el eros, una especie de simpatía universal que poco tiene que ver con el amor romántico. 

Teresa intuye ese eros superior, pero las limitaciones de su sensibilidad (como mujer romántica) únicamente le permiten encajarlo en ese esquema de amor heterosexual y rivalidades femeninas

Este es el drama ideológico de Teresa, el drama de su pensamiento: su formación “femenina” –no su naturaleza femenina— la ha convertido en un ser humano más emotivo que cerebral, que solamente siente el eros en lugar de pensarlo (Glenn, “Conversación…” 17). 

La manera en que Chacel utiliza el motivo de Polonia, los pensamientos que este nombre suscita en el ánimo de Teresa, es, además, una muestra de magistral dominio sobre las técnicas de emulación del inconsciente y la asociación de ideas.


Los hombres, para Teresa Mancha.



Tenía miedo de aquel elemento que la rodeaba; los hombres. 

Porque su mundo había quedado reducido a esto: ella y los hombres. 

Pero no sentía miedo de los hombres porque esperase de ellos un ataque o emboscada, sino sólo de pensar en su misterio. 

Cuando los veía pasar, hablarse unos y otros mirándose rectamente, apoyarse en los hombros de sus amigos. 

Cuando oía sus voces y percibía aquel fluido que se comunicaban, hablando siempre de cosas altas, sagradas. 

De sus conversaciones trascendía un impulso heroico, brotaba un manantial de impulsos, un iris de posibilidades infinitamente combinables. 

Y, además, no eran dioses; eran cuerpos sensibles que podían temblar y padecer, que estaban sujetos a las lágrimas, a las flaquezas. Gracias a esto bajaban de sus cumbres en busca de la mujer, como los lobos bajan al valle 


Canto a Teresa. Espronceda.





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I Proceso de escritura y publicación de Teresa


"El proceso en muy importante, mas importante que el libro mismo. O acaso sea mas exacto decir que, si el libro tiene alguna importancia, esta consiste en su recorrido" (Chacel. Obra Completa 3, 156)

   Miss Blake no era más que una mujer mundana, situada en la más íntima y feliz relación con la alta sociedad, por la que era admirada, adorada. Aquella mujer había mandado su invitación al periódico y el director, sin tener en cuenta sus convicciones, sin advertir que era insensato poner frente a frente a dos mujeres de tan distinta calidad moral, se la transfería simplemente por el hecho de ser ella la encar­gada de reseñar en el periódico los acontecimientos del mundo feme­nino. Ella había creído siempre que el periódico en que trabajaba era un diario honesto. Ciertamente, no pertenecía por entero a las creen­cias últimas, las únicas en que se podía tener esperanza si se deseaba la verdadera regeneración de Inglaterra, pero siempre había acogido bien sus trabajos críticos, en los que no había una línea que no fuera de la más rigurosa austeridad, de la más implacable censura para todo lo mundano. Por otra parte, sus amigos no estaban lo suficiente afian­zados para prescindir de todo apoyo fuera de ellos: más bien eran combatidos, de modo que romper con el periódico, su ingreso más positivo, era, por el momento, imposible. Y en la carta del director veía, bien terminantemente, que no había medio de negarse a reseñar la exposición que miss Blake hacía de sus trabajos efectuados en Italia. Aquella mujer tiranizaba a todo Londres, y seguramente había puesto un empeño especial en conseguir la aquiescencia de la Prensa más res­petable, tanto para imponerles su poderío como para adornarse tam­bién con la opinión de las gentes honestas. Era un insulto, una humi­llación insufrible, tener que ponerse en contacto con ella. Mistress Langridge no la conocía personalmente, pero conocía su leyenda y eso le bastaba.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Chacel, precursora del feminismo

Su ensayo Ensayo sobre los problemas prácticos y actuales del amor, publicado en la Revista de Occidente en 1931 se anticipa en 18 años a la propuesta de Simone de Beauvois en su libro "El segundo sexo" sobre la diferencia genérica.

SIMONE DE BEAUVOIR. Segundo sexo.


JUDITH BUTLER. La performatividad del género.







ROSA CHACEL:Ensayo "Esquema de los problemas prácticos y actuales del amor". 

Fuente: Blog Villena





Se anticipa a las ideas de Judith Butler sobre performatividad de género.


domingo, 25 de septiembre de 2016

José Cascales Muñoz. D. José de Espronceda: su época, su vida y sus obras.

UNA AVENTURA DE ESPRONCEDA (Episodio histórico) Rodríguez Solís. La Ilustración artística. 30/7/1883,


UNA AVENTURA DE ESPRONCEDA (Episodio histórico).Ilustración artística 
30/7/1883, página 7.

   Era una hermosa noche de otoño del año 1831. La Francia acababa de hacer una gran revolución. La dinastía de Carlos X habia caido, naciendo de entre sus ruinas la de Luis Felipe, que no habia de tardar en caer á su vez.
   Polignacy Guizot; los nombres de estos dos ministros siguen á Carlos X y á Luis Felipe, como la sombra sigue al cuerpo.
   A una hora avanzada de la noche del 15 de octubre, penetraban en el Hotel Favart, situado en la Plaza de los italianos de esa gran metrópoli del progreso que se llama París, cuatro jóvenes amigos, que por la hora un tanto intempestiva á que se retiraban, por su conversación alegre y ruidosa, por sus francas carcajadas y sus burlonas frases denunciaban á la legua que eran españoles.
   Uno de estos jóvenes se apoyaba en una muleta, convaleciente todavía de una gravísima herida recibida en las barricadas durante las célebres jornadas revolucionarias de julio de 1830 en París, en las que los cuatro amigos habían tomado una parte activa; todo lo cual no le impedia bromear y reír con dos de los otros jóvenes, que eran sus hermanos, y con el tercero, que si no por la sangre, lo era en realidad por el gran cariño que ambos le profesaban.
   El herido se llamaba Basilio; sus hermanos Alfonso y Luciano, y su amigo José. En este joven habría podido notar cualquier observador una alegría más ruidosa que verdadera; una amarga ironía en sus palabras, una sombra de tristeza en su hermosa frente, un desden profundo en todas sus frases, y un dolor cruelísimo en su pecho, que no bastaba á mitigar la cariñosa amistad de aquellos leales amigos.
   Los cuatro jóvenes que habitaban juntos en el Hotel podían ostentar con orgullo el lema que en sus escudos ostentan nuestras provincias vasco-navarras, el famoso Lauracbac, que quiere decir en su severo y gráfico lenguaje cuatro en una. Fuera de su patria, de la que cruelmente les habia desterrado la tiranía de Fernando VII; entusiastas defensores de la libertad, de que no habían podido dotar á su querida patria, aunque para ello habían arriesgado valientemente su vida en los campos de Navarra, los cuatro jóvenes habían llegado á constituir una familia: la idea del uno era la de los otros; lo que el uno quería lo amaban todos; eran, en fin, cuatro hombres con un solo pensamiento, un solo brazo y un solo corazon.
   Al atravesar por uno de los corredores del Hotel observaron nuestros jóvenes amigos un par de botas y un par de zapatos colocados á la puerta de uno de los cuartos, según costumbre de las fondas, para que el criado los entre limpios al siguiente día.
   Este encuentro, sin importancia otras veces, les llamó en aquella noche la atención de un modo extraordinario, Sin poder explicarse la causa. Alguna razón habia, sin embargo, y esta era la pequeñez de los zapatos, que más que de mujer parecían de niña, y la cual les llevó á entablar el siguiente diálogo:
—Yo sostengo,—dijo Basilio,— que estos zapatos son de una italiana. — Protesto,—exclamó José;—estos zapatos no pueden ser más que de una española, porque sólo las españolas tienen los pies pequeños como almendras, y redondos como las aceitunas de los olivares de Córdoba.
— ¡Al fin poeta! .
 —¿Y porqué no han de ser de una francesa? —dijo Luciano; - ¿en qué código habéis aprendido que una francesa no pueda tener el pie pequeño?
-¡Qué locura! –Dijo Alfonso
-Oye Pepe…¿Si serán de una inglesa?
— Vade retro.
—Ya he dado con e!lo -añadió Basilio;—estos zapatos son....
—¿De quién?—preguntaron todos.
—De una americana.
—Pudiera ser,—dijeron Luciano y Alfonso.
—¡Quizás!... una americana es un fresco capullo de esa delicada rosa que se llama España. En fin, vamos á saberlo.
—¿Qué intentas, Pepe? —¿Qué vas á hacer, loco? —Santo Tomás, ver y creer.
Y sin aguardar á más, bajó al comedor seguido de los tres hermanos, buscó al criado de guardia y comenzó á interrogarle. A medida que el garçon hablaba, la frente de José se iba nublando, sus palabras eran más graves, y su emocion más profunda.
Según el criado, aquellas botas y aquellos zapatos, que tanto habían llamado la atención de los cuatro jóvenes, pertenecían á unos viajeros llegados aquella noche de Inglaterra; que por su acento y su idioma imaginaba debían ser españoles; que el caballero mostraba un carácter muy severo, y la joven, que era lindísima, parecia sufrir mucho; y por último, que según los registros del Hotel, él se llamaba D. Gregorio, y ella Teresa.
José no quiso oír más; cortó la conversación diciendo al criado que ya sabían cuanto necesitaban, y en unión de los tres hermanos, que no podían explicarse su agitación, se encaminaron al cuarto que ocupaban en la fonda. ¿Qué hablaron? Lo ignoramos. Lo único que sabemos es que grave debió ser el asunto que trataron cuando toda la noche la emplearon en discutirlo, y que, apenas fué de día, cuando los tres hermanos se pusieron en movimiento.
A cosa de las nueve salió de su cuarto, con visibles muestras de mal humor, el viajero que el criado habia indicado llamarse D. Gregorio. Alfonso le siguió, sin ser notado de él, por la Plaza de Italianos, hasta que ambos se perdieron de vista: Luciano bajó poco después la escalera y se colocó á la puerta del Hotel, de la que no se separó un instante; y Basilio se puso de centinela á lo largo del corredor. A los pocos instantes José penetraba en el cuarto de D. Gregorio, y caía en brazos de su adorada Teresa, ala que ya juzgaba perdida.
Cuando algunas horas después D. Gregorio volvió al Hotel se encontró sin Teresa. Los tres hermanos, leales y cariñosos amigos, quedaron allí para sostener la retirada; recibieron el primer choque, y se mostraron dispuestos á todo género de sacrificios por su querido amigo. En cuanto á Teresa y á José Espronceda, desaparecieron del Hotel. Y quizás de París. ¿Dónde fueron? ¡Quién lo sabe! ¿Sabía nunca Espronceda dónde iba? ¿No ha dicho él mismo en una de sus más bellas poesías
Allá va la nave ¿Quién sabe do va?

E. RODRÍGUEZ SOLIS Madrid y julio de 1883

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ROSA CHACEL: 

Yo me decía, en mi fondo, “¡esto es lo que tenemos!, ¡esto es lo que vamos a continuar!. Yo voy a hacer mi heroína de una mujer que, por todo tener, tenía unos pies muy pequeñitos, como corresponde a una española… ¿Qué puedo hacer con esto?, ¿cómo puedo resolverlo, o disimularlo, o dislocarlo hasta que tome otro aspecto? ¡Esto es mi país!, estos son los datos que obtengo de una realidad que lleva durando dos siglos… Ahora, su imagen está entre mis manos, yo tengo que dejar, con mi acento y mi nombre, un testimonio de ella. ¿Cómo salvarla? Pasé mucho tiempo en aquel pasillo oscuro, ante los zapatitos, hasta que al fin me dije, mi misión está del otro lado de la puerta. [...] y sin necesidad de abrirla, pasé la puerta. Del otro lado estaban Teresa y su oscuro marido, ya no me quedaba más que traspasar otra muralla: entrar en el alma de Teresa. Eso fue lo más fácil”.

“Yo voy a hacer mi heroína de una mujer que, por todo tener, tenía unos pies muy pequeñitos, como corresponde a una española”

LIBRO COMPLETO DE RODRÍGUEZ SOLÍS enlace

Teresa, Mme. Bovary


"El término bovarismo...significa una hipertrofia de la libertad que queda vana, incapaz de orientación, que tiende hacia cualquier gran empresa, decae pronto, cambia hacia otra y no realiza ninguna" (Chacel)


Chacel niega categóricamente que la personalidad de Emma se acomode a esta definición y tampoco admite la comparación con Don Quijote. 

Emma orienta su voluntad hacia metas posibles, y sus anhelos se ven frustrados no porque esa voluntad decaiga, sino porque los individuos concretos en que pones sus esperanzas resultas estar por debajo de lo que aparentan.

Se trata de una inadecuación de la verdadera naturaleza de ellos y su imagen, no de una incapacidad de Emma para acomodar sus esperanzas a la realidad.

En cuanto al diagnóstico de paranoia, puede cuadrarle bien a Don Quijote, pero no a Emma. Madame Bovary no desea nunca nada imposible, nada anacrónico, no cree en nada mágico o fuera de lo natural.

Todo esto que Chacel dice con respecto a Emma Bovary es perfectamente aplicable a Teresa Mancha. 

Teresa proyecta sus ideales sobre un hombre que pronto revela estar muy por debajo de estos. Y este hombre, en el caso de Teresa, es nada menos que una gloria nacional, Espronceda. 

La razón por la que Teresa no puede encarnar ella misma estos ideales, y debe proyectarlos sobre un hombre es la educación que culturalmente -circunstancialmente- le había tocado en suerte por su sexo femenino, y no por el hecho biológico de ser mujer.

Canto a Teresa. Espronceda.

Canto a Teresa. José de Espronceda. (1808–1842)

Descansa en paz
              ¡Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno!
              Como de Dios al fin obra maestra,
              Por todas partes de delicias lleno,
              De que Dios ama al hombre hermosa muestra.
              Salga la voz alegre de mi seno
              A celebrar esta vivienda nuestra;
              ¡Paz a los hombres! ¡gloria en las alturas!
              ¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
                    —María, por Miguel de los Santos Álvarez.

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazon sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan
Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes ce oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores. . .
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros süave
Orgullosa despliega su bandera,
Y-al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana.
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, la adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano Macedonio alzando,
Y al espantado pueblo arrebatando:

El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay! arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna:

El dulce anhelo del amor que aguarda,
Tal vez inquieto y con mortal recelo;
La forma bella que cruzó gallarda,
Allá en la noche, entre medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura:

A un tiempo mismo en rápida tormenta
Mi alma alborotada de contino,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetüoso torbellino:
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino;
Ya al caballero, al trovador soñaba,
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo,
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extático seguía
La nave audaz que en argentada raya
Volaba al puerto de la patria mía:
Yo, cuando en Occidente el soy desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer! En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece Mayo
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer! Deslizase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera, y que su planta huella.
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir, donde se mece.

[15]  Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos;
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del amor cumplidos,
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía.

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquella,
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo con su magia y galanura
Es espejo no más de su hermosura:

Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las Sílfides y Ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas:
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh mujer que en imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi ilusión primera! . . .

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares
¡Ah! desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en infernal tortura.
¡Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa;
¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto,
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aun parece, Teresa, que te veo
Aerea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aun miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de Mayo serenas alboradas:
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura;
Que nuestro amor y juventud veían,
Y temblaban las horas que vendrían.

[25] Y llegaron en fin. . . ¡Oh! ¿quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?

Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aun cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y en ondas fulguroso
Rayos al mundo tu esplendor vertía,
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente,
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana;
Mas, ¡ay! huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día
En que enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos:
En que al cielo en histérica agonía
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las dulces esperanzas que trajeron
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron:
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
Un pesar tan intenso!. . . Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío:
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde vil polvo tu beldad reposa.

Y tú feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas, mísera, a perderte
Y era llorar tu único destino:
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino;
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel, te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón, sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones:
Sola, y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones:
Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido;
Único desahogo en tu quebranto,
El histérico ¡ay! de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

[35] ¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulenta.

Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco süave de su amor primero:
¡Ay! de tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.

Que yo, como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía,
Yo inocente también ¡oh! cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo, sin horas ni medida,
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices se cambiaban;
Cuando de tu dolor tristes despojos
La vida y su ilusión te abandonaban,
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento
A otra mujer tal vez acariciando,
«Madre» tal vez a otra mujer llamando;

Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Si, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste,


¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia tu pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! … ¡Ay! yo entre tanto
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto:

Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho

Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla ardiente el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo. . .
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?












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